sábado, 16 de febrero de 2013

El mito de la leche

Una falsa e inducida creencia popular es que sólo podemos obtener el calcio de los productos lácteos de origen animal y que si no tomamos leche de mayores tendremos osteoporosis. También, que los niños que no la tomen no podrán crecer sanos y desarrollar unos huesos fuertes. Curiosamente, la estadística ha demostrado que las personas que más leche han tomado durante toda su vida son las que tienen mayor índice de osteoporosis, ésto se hace muy evidente cuando comparamos el alto índice de osteoporosis de occidente con el bajo o casi nulo de los países orientales, donde apenas se consume leche de animales.



La explicación es sencilla: todos, en mayor o menor medida, somos intolerantes a la lactosa y al exceso de caseína que contiene la leche de vaca. Todos los animales mamíferos, incluidos los de la especie humana, necesitamos la leche de nuestra madre durante la infancia porque contiene los nutrientes y propiedades específicas, en las proporciones adecuadas que cada especie necesita. Pero nosotros ¡no somos vacas! Por eso, si diéramos leche de vaca a un bebé se moriría y cuando no es posible la lactancia materna tenemos que comprarle leche adaptada de farmacia. Si la leche de vaca no es adecuada para nosotros cuando somos pequeños ¿por qué tendría que serlo en los adultos, cuando además el organismo ya ha dejado de producir la lactasa, que es la enzima que permite metabolizar la proteína de la leche?
 
Somos la única especie de todos los mamíferos de la Tierra que se empeña en seguir tomando leche en la edad adulta. ¿Y qué ocurre, si no la podemos digerir? La explicación también es sencilla: a lo largo de los años, este calcio no biodisponible, puede ir formando placas en el intestino, que es por donde absorbemos los alimentos, al no poder traspasar la barrera intestinal, porque es una molécula demasiado grande que no ha sido degradada por ninguna enzima digestiva. Al carecer de la lactasa, el organismo se ve obligado a producir bacterias para la fermentación y degradación, de la lactosa, produciendo cólicos, diarreas, exceso de moco, obstrucción respiratoria, constipado crónico, alergias, etc. El poco calcio que logra alcanzar el torrente sanguíneo va formando piedras en el riñón, es decir, ni lo aprovechamos ni lo podemos eliminar y las placas impiden cada vez más el paso del calcio y de otros nutrientes a través de la mucosa intestinal. Entonces, el organismo, cuya inteligencia siempre tiende a preservar la vida, se ve obligado a cogerlo de los huesos para utilizarlo en otras funciones que en ese momento son prioritarias, dando lugar a la osteoporosis.

La alergia a la lactosa no es más que la falta de enzimas que la puedan digerir, con lo que el organismo intenta eliminarla interpretándola como un antígeno, creando una respuesta inmunitaria que consiste en la producción y envío de linfocitos B y de inmunoglobulinas IgA, responsables de la reacción de hipersensibilidad que origina alergias, permeabilidad intestinal, problemas cutáneos, respiratorios y, en los casos más graves, choque anafiláctico.

Las inmunoglobulinas responsables de los procesos inflamatorios son sustancias que se generan como barrera de defensa para evitar que el organismo sea atacado por antígenos o sustancias tóxicas a nivel celular. Nosotros no tenemos la capacidad de darnos cuenta cuándo estamos en riesgo por la introducción del antígeno en sí, sino por las reacciones que se desencadenan para defendernos de él. Por lo tanto, un proceso inflamatorio debería servirnos para tomar conciencia de que algo está pasando e investigar las causas, no como la medicina convencional acostumbra a hacer recetando antiinflamatorios para tapar el síntoma, sin resolver el problema que lo causó.
 
Además, la leche pasteurizada a altísimas temperaturas para su conservación pierde cualquier tipo de nutriente que pudiera contener, fuera biodisponible o no. Todos los productos alimenticios que venden como “enriquecidos” con calcio y vitaminas, puede ser que las lleven pero esas vitaminas no proceden de alimentos naturales sino que han sido sintetizadas (fabricadas artificialmente) en un laboratorio y nuestro organismo sólo las puede aprovechar en un porcentaje muy pequeño, insuficiente y poco saludable.
 
En la actualidad, ya son muchas las publicaciones de fuentes prestigiosas que hacen referencia a estudios y evidencias científicas que apoyan estas afirmaciones, por ejemplo, el School of Public Healt de la Universidad de Harvard. Por supuesto, siempre vamos a encontrar publicaciones de estudios científicos a favor de la leche pero nuestro sentido crítico debería llevarnos más allá de esas líneas e indagar siempre sobre el origen de la información y los intereses que pudiera haber detrás.
 
 
La Organización Mundial de la Salud (OMS), reconoce que un consumo elevado de proteínas de origen animal puede contrarrestar una ingesta suficiente de calcio en la dieta. También la sal refinada (exceso de sodio), la carne, el exceso de fibra (difícil en carnívoros), refrescos y bebidas de cola que, por su exceso de fósforo, eliminan el calcio y otras sales minerales.
 
Fuentes de calcio biodisponible:
 
Biodisponible significa disponible para la vida. El calcio es especialmente importante durante el crecimiento para la formación de los huesos, además de otras funciones como la participación en los neurotransmisores (sustancias que actúan como mensajeros a través del sistema nervioso). Se encuentra de manera natural en los siguientes vegetales: brócoli, coles de Bruselas, calabaza, zanahoria, verduras en general, cereales,  garbanzos, lentejas, judías secas y frescas, higos secos, uvas pasas, frutos secos en general, harina, trigo y arroz integrales, el muesli, el tofu…
 
El perejil crudo es rico en calcio y en vitamina C, que potencia el sistema inmune, por eso puede resultar interesante añadirlo a la ensalada. Los huevos de origen ecológico (libres de toxicidad, hormonas sintéticas y antibióticos) también contienen calcio y la clara es rica en proteína. Además, para poder absorber el calcio se necesitan vitaminas del grupo B, vitamina K (presente en todos los vegetales de hoja verde) y vitamina D, que también la contienen estos alimentos, aunque nuestro organismo ya la sintetiza cuando absorbemos los rayos solares.

 
Alternativa a la leche de vaca:
 
La leche de avena es mucho más interesante a nivel nutricional que la leche de vaca y es muy digestiva. Se puede emplear de la misma forma: con los cereales, sola, para hacer bechamel, postres, etc. Tiene muchos de los aminoácidos esenciales que forman las proteínas, fibra, vitaminas y sales minerales, incluido el calcio.